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Adiós a Pepe Mujica, el presidente austero que dejó huella en la política latinoamericana

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Falleció a los 89 años José “Pepe” Mujica, expresidente de Uruguay, referente de la izquierda latinoamericana y símbolo de una forma de hacer política basada en la coherencia, la humildad y la ética.

Figura atípica en un tiempo de discursos vacíos y liderazgos personalistas, Mujica hizo de su vida un testimonio. Exguerrillero, prisionero político, legislador y presidente, será recordado por su sencillez, su lenguaje directo y su profunda humanidad. Su muerte deja un vacío, pero también una herencia moral.

El expresidente uruguayo, que enfrentaba complicaciones de salud desde hace tiempo, falleció rodeado de afecto y reconocimiento tanto en su país como en todo el continente.

Mujica fue mucho más que un jefe de Estado. Fue una figura que desbordó los márgenes de la política institucional para convertirse en un referente ético en América Latina. Su estilo directo, su vida austera —famoso fue su rechazo al boato presidencial, viviendo en su chacra y donando buena parte de su sueldo— y su compromiso con los más vulnerables marcaron una diferencia en un mundo político cada vez más desconectado de la realidad de los pueblos.

Nacido en 1935, Mujica fue militante tupamaro, guerrillero, y pasó más de una década en prisión durante la dictadura militar uruguaya. Esos años de encierro, muchos en condiciones extremas, lo formaron en una filosofía vital donde la libertad y la paz interior pesaban más que el poder. “No soy pobre. Pobres son los que necesitan mucho para vivir”, dijo en una de sus tantas frases que recorrieron el mundo.

Entre 2010 y 2015 ejerció la presidencia de Uruguay. Su gobierno impulsó políticas progresistas como la legalización del aborto, el matrimonio igualitario y la regulación del cannabis, y lo hizo sin perder la cercanía con la gente ni la coherencia con sus principios. Fue, también, un crítico implacable del consumismo, la desigualdad y la hipocresía política.

En los últimos años, su figura creció como símbolo de una izquierda que no reniega de los valores republicanos ni del diálogo, aún con adversarios ideológicos. Nunca buscó ser un líder mesiánico: su fuerza radicaba en su humanidad. En un contexto regional muchas veces polarizado, su mensaje fue siempre el de la sensatez y la reconciliación.

Su fallecimiento no sólo cierra una etapa en la política uruguaya, sino que invita a reflexionar sobre qué tipo de liderazgo necesita nuestra región: ¿el de las promesas altisonantes o el del ejemplo silencioso?