Hacer una analogía entre el desarrollo de un árbol y el peronismo permite recuperar una mirada orgánica, vital y compleja de un movimiento político que, como todo ser vivo, necesita de raíces profundas, nutrientes constantes y apertura al entorno para crecer y dar frutos. Esta metáfora no solo nos permite pensar en los momentos de esplendor, sino también en los de repliegue, poda o invierno, como parte de un ciclo más amplio de transformación. Como escribió Arturo Jauretche: “Los pueblos que olvidan sus raíces pierden el rumbo”, y es precisamente en las raíces —la historia, la doctrina, la comunidad organizada— donde el peronismo encuentra su sustento. Pensar el peronismo como árbol es también recordarlo como proyecto con vocación de futuro, que necesita ser cuidado, nutrido y reinventado sin perder su esencia.
Un contexto delicado. Heladas reaccionarias del nuevo Siglo
La democracia argentina atraviesa uno de los momentos más críticos desde su recuperación en 1983. No enfrentamos solamente una crisis institucional o de representatividad de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, de los medios de comunicación o de las organizaciones sindicales. También vivimos una falta de respuestas reales a las necesidades básicas de la sociedad, un clima social cargado de incertidumbre y desilusión, y un sistema político que se muestra cada vez más alejado de la vida cotidiana de millones de compatriotas.
A su vez, la violencia simbólica y discursiva promovida desde el poder ejecutivo se ha transformado en una herramienta de gobierno. Se gobierna por decreto, se ataca a quienes disienten, se banalizan las instituciones. La concentración del poder, la exclusión social, la desigualdad creciente, el desprecio por la política y las dudas acerca de la democracia misma como sistema, son signos de una degradación que amenaza los cimientos de nuestro contrato democrático.
En este escenario tan delicado, nosotros, como parte del movimiento nacional —el peronismo en todas sus expresiones— atravesamos también uno de los momentos más difíciles de nuestra historia reciente. No solo porque venimos de una serie de derrotas electorales, sino porque esos fracasos desnudan derrotas más profundas: políticas y culturales. Y ante esto, nos enfrentamos a algunos profundos interrogantes: ¿Qué significa hoy ser peronistas, en un país culturalmente desencantado, socialmente fragmentado, desindustrializado y empobrecido? ¿Qué sentido tienen nuestras banderas cuando, para muchos, se han vuelto apenas retórica vacía o parte de un pasado que ya no interpela?¿ Cómo salir del laberinto de este presente tan complejo?
Derrotas electorales, pero también culturales: cambio climático e inviernos autoinfligidos
Desde hace años, acumulamos fracasos, con algunos éxitos transitorios en las urnas. Pero la dimensión electoral es apenas una parte del problema. Quizás lo más alarmante sea la derrota cultural. Los valores, principios, ideas, o causas que alguna vez marcaron el pulso de la política argentina — la solidaridad, la justicia social, el trabajo digno, la educación libre, gratuita y de calidad — hoy suenan ajenas, gastadas, o directamente despreciadas por amplios sectores de nuestra sociedad, incluídos muchos jóvenes, que históricamente se vinculaba, hasta naturalmente, con un movimiento político transgresor,revolucionario, transformador.
Ese vaciamiento simbólico no es solo responsabilidad de la ofensiva neoliberal. También es fruto de nuestras propias falencias: porque muchas veces repetimos slogans sin contenido, no actualizamos nuestros diagnósticos, nos desconectamos de las nuevas sensibilidades, de los nuevos dolores, perdimos el atrevimiento, la osadía,la rebeldía, y la imaginación. Dejamos de conmover. Y en ese vacío entraron con fuerza el odio, el individualismo, la frustración que finalmente fue canalizada por discursos reaccionarios.
Asumir esta derrota cultural no significa renunciar a nuestros ideales, sino todo lo contrario: significa repensarlos, resignificarlos, volver a dotarlos de sentido en la vida concreta de quienes hoy ya no creen en nosotros como alternativa, o no creen en nada. Debemos salir de nuestra zona de confort retórica y atrevernos a actualizar una doctrina actual, pero a la que debemos dotar de nuevas problematizaciones, nuevas causas, otros lenguajes, nuevas formas, con las cuales hablarle a una sociedad que ya no es la de 1945 ni la de 2003.
Nueva sabia, poda y adaptación al entorno: reencontrarnos, repensarnos y reconstruirnos
El árbol necesita como ciclo vital la revisión del sistema radicular, reactivar la circulación de la savia, reconectar el sistema vascular, una poda y adaptación al entorno.
Como movimiento se requiere no solamente de una táctica electoral, sino más bien de una transformación profunda. Una revisión colectiva del sentido de nuestro proyecto nacional. Una reconstrucción del pensamiento estratégico. Una reapropiación del lenguaje político que vuelva a conmover, a interpelar y a reconectarnos con nuestra gente.
Y como el árbol que crece de abajo hacia arriba, así lo debe hacer el peronismo.
Para eso hay tareas urgentes y fundamentales: formarnos, debatir y volver a teorizar. No para repetir consignas sino para construir ideas nuevas, enraizadas en la realidad. Debemos llenar de contenido esas palabras que para muchas argentinas y argentinos caen vacías pero que alguna vez fueron nuestras banderas . Debemos repensar, por ejemplo, cómo hablar de trabajo digno a quienes están desocupados, a quienes trabajan en negro, a los que encadenan múltiples empleos precarios, a los “manteros digitales” que compran y venden online, para subsistir: personas que no son “emprendedores”, como definen algunos, sino supervivientes con inventiva en un mundo que cada día excluye más. El club del trueque que no se ve existe, y es virtual.
O hablarles a los cinco millones de personas que no tienen dos de los tres servicios esenciales. O dar propuestas concretas a quienes no tienen vivienda propia y se les hace imposible siquiera soñar con ello.
Claro está que, para definir estas “pequeñas grandes cuestiones” se debe pensar y planificar primordialmente que hacer con nuestra deuda con el FMI, qué política económica llevaremos adelante con el país que recibiremos, y que no es el que queremos, pensamos y ni siquiera hoy tenemos. De la misma manera tener claridad con respecto a que hacer con el uso de nuestros recursos naturales o cuál va a ser nuestra política para el sector agropecuario, el de las PYMES.
No podemos tropezar nuevamente con las mismas piedras. El volcar nuestras energías simplemente en el debate de nombres, no ha llevado a estar en el gobierno sin un rumbo claro, la solitaria premisa de la Unidad fue funcional a ello también.
Y este momento también exige revisar cómo construimos poder dentro del campo popular. Necesitamos abrir paso a nuevas formas de participación política. Con internas reales, sin sectarismo, personalismos abstractos o trampas. Discusión colectiva de programas. Apertura a todas las voces dispuestas a construir una Argentina más justa. Y con espacios de formación política. Necesitamos que florezcan nuevas expresiones, y para ello hay que regar nuestro árbol de espacios de participación, formación discusión y propuestas, barriales, comunitarios y profundamente federales.
El liderazgo, si llega, debe ser resultado de un proceso colectivo y no el punto de partida. Tiene que estar al servicio de un proyecto, y no al revés. Nuestro país necesita que la política vuelva a construirse desde la comunidad, desde los barrios, desde las experiencias concretas de quienes trabajan, estudian, producen, crean. Hay cientos de compañeras y compañeros con formación, compromiso y sensibilidad que pueden aportar desde la economía, la ciencia, la educación, la producción, la cultura. Debemos convocarlos con humildad y generosidad. Pero no para hacer seguidismo, para escucharlos, y nutrir, enriquecer nuestro proyecto,
Unidad nacional frente a la crisis democrática. Un Bosque no solo un árbol
La ofensiva del gobierno actual contra la democracia y los derechos sociales no puede ser enfrentada en soledad. Requiere una convocatoria amplia, generosa, sin sectarismos. Una alianza de fuerzas políticas, sociales y culturales que entiendan que el presente exige un límite claro al experimento autoritario que hoy conduce los destinos del país.
Pero esa unidad debe ser programática. No alcanza con la unidad como fin en sí mismo. No basta con un “no” a Milei. Hace falta un “sí” rotundo a un nuevo pacto democrático: de soberanía nacional, de desarrollo económico con inclusión, de justicia social profunda, de respeto por los derechos, de participación real de la ciudadanía en las decisiones. Argentina no necesita un salvador. Necesita un movimiento popular que vuelva a creer en sí mismo, que vuelva a enamorar, que vuelva a abrazar a su pueblo con proyectos, épica, ética y con verdad efectiva.
El árbol crece hacia la luz: Recuperar desde la ética, la épica de la transformación
El peronismo nació para transformar. Fue, en su momento, una herramienta de emancipación, de rebeldía ante lo impuesto, de dignidad, de felicidad colectiva con una doctrina clara, sencilla y profunda: humanista y cristiana. Allí residen nuestras raíces.
Hoy debemos volver a ser eso. Pero para lograrlo necesitamos actualizarnos, cambiar, escuchar, aprender, dejar atrás lo que ya no sirve y abrazar con fuerza lo que viene. Y hacerlo desde una ética indispensable.
La reconstrucción exige también una nueva forma de comunicar. Más clara, más sincera, más cercana. Que hable de los problemas reales de la gente: el trabajo informal, la sobreexplotación, la salud quebrada, la educación en crisis, la incertidumbre sobre el futuro, el cansancio cotidiano. Las grandes ideas tienen que volver a nacer desde las pequeñas urgencias. Desde lo que duele hoy.
La épica del futuro no vendrá solamente de repetir lo que ya fue. Vendrá de construir, entre todas y todos, una Argentina más humana, más democrática, más justa.
Así como un árbol busca siempre crecer hacia la luz, el peronismo debe orientarse hacia la justicia social, la soberanía y la dignidad humana, no como discurso vacío, sino como guía vital. Recuperar esa épica no es nostalgia, sino retomar el pulso transformador, ese que convierte las condiciones materiales adversas en fuerza colectiva. Como diría Perón: “La verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo.”
El peronismo, el movimiento nacional, es un árbol con profundas raíces pero hemos dejado de abonar, de regar sus raíces. Sus ramas, algunas podadas por nuestra acción, otras aún vivas, persisten estoicas, pero hay que llenar su copa de nuevas hojas, flores para que cambien el paisaje urbano de nuestro Pueblo con colores vibrantes, de felicidad, de justicia, de trabajo, educación, de tiempo para el ocio, para la cultura y el deporte. Además de la belleza, la estética, este proceso es crucial para la salud del árbol, nuestro movimiento, y del medio ambiente, nuestra comunidad. O sea, las hojas, las flores que formen ese árbol realizarán la famosa fotosíntesis, produciendo alimento para el árbol y liberando oxígeno, y ese proceso airea, rejuvenece, reconstituye el espacio político,nuestro hábitat. Ese árbol, ese movimiento político está obligado a reconstruirse para dar cobijo, reparo, a nuestra comunidad en estos tiempos globales de tanto hedonismo, individualismo, adoración del dinero, concentración de la riqueza y crueldad. Una sombra de felicidad colectiva que albergue nuevamente a nuestro Pueblo.