A menos de un mes de las elecciones, el experimento financiero del gobierno de Javier Milei transita su momento más delicado. La promesa de estabilidad cambiaria, sostenida en anuncios altisonantes y en apoyos internacionales que no terminan de concretarse, se desmoronó con la velocidad de una corrida. Dos informes recientes —uno del Centro de Economía Política Argentina (CEPA) y otro del equipo encabezado por Roberto Feletti— coinciden en el diagnóstico: el esquema económico oficial tambalea sobre “arenas movedizas” y enfrenta una “crisis externa autoinfligida”.
El análisis del CEPA reconstruye el último mes como una sucesión de errores estratégicos y oportunidades desperdiciadas. Tras el fugaz alivio que generó el anuncio de un supuesto apoyo del Tesoro de Estados Unidos, el gobierno volvió a un estado de “atrincheramiento”, reinstalando restricciones cambiarias, perdiendo reservas y dilapidando la recaudación fiscal. La “primavera financiera” duró apenas una semana: pese a la liquidación récord del agro —USD 5.760 millones concentrados en pocas cerealeras—, el Banco Central compró menos de USD 2.200 millones y terminó vendiendo buena parte de ellos para sostener el techo de la banda cambiaria.
En simultáneo, la eliminación de las retenciones al agro —una medida presentada como motor de confianza— implicó para el fisco una pérdida de USD 1.450 millones. Según CEPA, ese gesto “compró una falsa tranquilidad cambiaria” que duró lo que tardaron los dólares del campo en fugarse. El gobierno apostó a contener la presión devaluatoria con regulaciones cada vez más estrictas, desde la comunicación A 8336 del BCRA hasta nuevas restricciones a los brokers para operar en el mercado oficial. El resultado fue el opuesto al buscado: la brecha cambiaria volvió a abrirse, los exportadores frenaron liquidaciones y el riesgo país subió nuevamente a niveles de crisis.
El informe advierte, además, que el supuesto “rescate” estadounidense carece de sustancia concreta. El secretario del Tesoro norteamericano aclaró que no se trata de una inyección de fondos sino de una eventual “línea de swap” por USD 20.000 millones, condicionada y de corto plazo, que incluso podría exigir la cancelación del swap con China. De ser así, el refuerzo real de reservas sería mínimo —entre USD 2.000 y 6.000 millones— y, sobre todo, implicaría nuevas dependencias geopolíticas y restricciones a la política económica interna. “El mercado ya no se conforma con promesas ni con tweets: quiere ver la plata”, sintetiza el CEPA.
El equipo económico, mientras tanto, multiplica maniobras defensivas. El Tesoro y el BCRA venden títulos dólar linked, amplían límites en el mercado de futuros y refuerzan el cepo en un intento por frenar la demanda de cobertura cambiaria. Pero el margen se agota: las reservas netas disponibles rondan los USD 2.000 millones y el gobierno enfrenta vencimientos por USD 4.500 millones en enero.
El Informe de Coyuntura elaborado por Roberto Feletti y su equipo pone el acento en la raíz estructural del problema. “El modelo tiene pies de barro”, advierte el texto, y describe un panorama de “colapso inminente” producto de un esquema que combina ortodoxia fiscal, atraso cambiario y endeudamiento. El informe recuerda que entre abril y septiembre el dólar oficial saltó de $1.100 a $1.500, la tasa de interés trepó al 75 por ciento anual y la recesión se profundizó, con caída del consumo, aumento de la mora en créditos y un riesgo país que se duplicó en seis meses.
Feletti define la crisis como “externa y autoinfligida”: el gobierno se quedó sin reservas, agotó el esquema de bandas y destruyó la confianza del mercado. La eliminación de retenciones y las gestiones con Washington fueron, en ese marco, intentos desesperados por obtener divisas a cualquier costo. “El alineamiento con Estados Unidos alcanzó niveles inéditos —recuerda el informe—, con un 82 por ciento de coincidencias de voto en la ONU, superando incluso el récord del menemismo”. Esa subordinación, advierten los economistas, no generó resultados concretos y dejó al país más dependiente que nunca.
En el frente interno, los números completan el cuadro: la construcción cayó 10,7 por ciento en julio, la industria 1,1, el turismo 2,1. El salario mínimo equivale a apenas una cuarta parte del ingreso promedio y la informalidad laboral ya supera el 43 por ciento. La Bolsa porteña perdió un 20 por ciento en un mes y las importaciones crecieron al doble de ritmo que las exportaciones.
Ambos informes coinciden en que la política económica de Milei enfrenta un límite insalvable: su propio diseño. Al renunciar a la intervención estatal y depender exclusivamente de la confianza de los mercados, el gobierno quedó prisionero de las expectativas que él mismo alimentó. Lo que pretendía ser una “transición hacia la libertad económica” se convirtió en un círculo vicioso de ventas de dólares, cepos crecientes y pérdida de credibilidad.
El panorama que se abre hacia octubre es de máxima fragilidad. Si el rescate norteamericano no se concreta, el gobierno se verá obligado a seguir vendiendo divisas para sostener el tipo de cambio, con un margen cada vez menor. Si se concreta, será al precio de un endeudamiento y una subordinación sin precedentes. En cualquiera de los dos casos, la promesa de estabilidad se desvanece frente a una realidad que no se corrige con declaraciones: la economía argentina, una vez más, camina sobre el filo.