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Fuerte salto de importaciones y retroceso industrial: el negativo impacto socioeconómico de la apertura comercial del gobierno de Milei

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Las importaciones de Bienes de Consumo alcanzaron, según un informe del CEPA (Centro de Economía Política Argentina), entre enero y septiembre de 2025 un nuevo récord histórico: 8.376 millones de dólares, el monto más alto desde que existen registros. La cifra supera por amplio margen el anterior pico de 2018 y expone, con crudeza, el efecto inmediato del programa económico del gobierno de Javier Milei: una apertura comercial sin regulaciones que multiplica la entrada de productos extranjeros mientras la industria nacional se hunde en la recesión. Solo en septiembre ingresaron 1.157 millones de dólares en bienes de consumo. En términos relativos, estas compras externas ya representan el 14,6% del total importado, 4,1 puntos por encima de 2023. La política de “mercado libre” que pregona el oficialismo demuestra, una vez más, que libertad para importar suele equivaler a menos trabajo argentino.

El crecimiento es generalizado en todos los rubros. Los electrodomésticos, baterías y lámparas encabezan el ranking, con saltos superiores al 200% respecto de hace dos años. Les siguen motos y bicicletas, prendas de vestir, productos alimenticios y marroquinería, todos con aumentos de dos dígitos que redibujan el mapa comercial del país. En paralelo, el número de empresas que comenzaron a importar bienes de consumo explotó: 9.235 nuevas firmas se sumaron a esta dinámica, un incremento del 70% en comparación con el mismo período de 2023. Miles de compañías —muchas de ellas pymes que antes producían localmente— encontraron más rentable comprar afuera que fabricar acá. No es eficiencia: es supervivencia en un escenario donde la recesión y el derrumbe del poder adquisitivo hacen imposible sostener la actividad.

La concentración también se acelera. En electrodomésticos, el podio está encabezado por PILISAR, VISUAR, Frávega y Whirlpool, con aumentos que, en algunos casos, superan el 3.000% frente a 2023. En motos y transporte dominan Honda, Gilera y La Emilia. En indumentaria, Zara y Adidas encabezan las importaciones, acompañadas por Puma. En alimentos, Nestlé ocupa el primer lugar. En marroquinería, Adidas vuelve a liderar cómodamente. Son grandes grupos que, a diferencia del entramado pyme nacional, pueden aprovechar la apertura para ampliar su negocio sin los costos ni la incertidumbre que hoy enfrentan quienes producen dentro del país. La desigualdad entre importadores y fabricantes ya no es una consecuencia colateral: es una condición estructural del modelo.

El informe también permite observar el impacto en la producción nacional. Mientras las importaciones de electrodomésticos crecieron 217%, la fabricación de aparatos electrónicos cayó 25%. Las prendas de vestir importadas se duplicaron, pero el sector textil se desplomó un 18,9%. Los productos alimenticios ingresados desde el exterior aumentaron casi un 50%, mientras la industria local retrocedió. Y el caso de la marroquinería es aún más elocuente: las importaciones crecieron 21%, pero la producción cayó casi 27%. La ecuación es sencilla y dolorosa: lo que crece afuera se achica adentro. Y lo que se achica adentro se traduce en despidos, suspensiones, cierre de fábricas y pérdida de empleos que no volverán.

El gobierno sostiene que la apertura disciplinará precios y traerá “competencia genuina”. Sin embargo, lo que muestran los datos es que la única disciplina real es la que recae sobre los trabajadores y sobre las pymes, obligadas a enfrentar un mercado interno deprimido, tarifas dolarizadas, tasas imposibles y un consumo que no se reactiva porque el salario real no deja de caer. En un contexto de recesión profunda, liberar importaciones no genera eficiencia: genera desindustrialización. Y la desindustrialización no trae libertad: trae precariedad.

Los números del informe son más que estadísticas: son la radiografía de un país que vuelve a apostar por un camino ya conocido, donde la sustitución de producción por importación no es un síntoma sino una política. Con el mismo libreto que en los 90 pero con un contexto social más frágil, el modelo mileísta avanza hacia una economía menos productiva, más dependiente del exterior, más concentrada y menos capaz de generar empleo de calidad. Mientras los grandes importadores celebran los nuevos récords, miles de trabajadores ven reducirse sus ingresos, sus jornadas y sus posibilidades de futuro. La libertad de mercado, para la mayoría, llega vestida de cierre de fábricas, pérdida de trabajo y un horizonte cada vez más estrecho.