Nacido en 1784, hijo de un francés y una sanjuanina, Beltrán se formó en el convento de San Francisco en Mendoza. Aunque cursó estudios eclesiásticos, desde joven mostró un fuerte interés por la química, la física, la mecánica y la matemática. Esa vocación lo llevó a experimentar con técnicas de fundición de metales, conocimientos que más tarde resultaron decisivos en la lucha emancipadora.
Durante sus años en Chile se ordenó sacerdote y ejerció como capellán del ejército de José Miguel Carrera. Tras la derrota de Rancagua en 1814, se refugió en Mendoza, donde fue recomendado a José de San Martín por Bernardo O’Higgins. Desde entonces se convirtió en responsable de la maestranza y el parque de artillería del Ejército de los Andes.
Con más de 700 hombres bajo su mando, Beltrán debió fabricar desde uniformes y monturas hasta cañones y municiones. Para ello organizó la recolección de metales entre la población, llegando incluso a fundir las campanas de las iglesias. La falta de recursos enviados por el gobierno central obligó a apelar a la creatividad y al aporte popular, incluido el de las mujeres que confeccionaron banderas y donaron joyas.
El fraile fue además un pionero de la logística militar. Ideó sistemas de carros, poleas y estructuras especiales para transportar artillería pesada a través de pasos montañosos imposibles para los caballos. Gracias a esas soluciones, los cañones pudieron atravesar la cordillera y sostener las batallas decisivas en Chile.
Beltrán representó la unión entre fe y ciencia, y el espíritu colectivo de la independencia; la capacidad de un pueblo de organizarse y superar obstáculos materiales inmensos en nombre de la libertad. Su legado, ligado al trabajo, la creatividad y la soberanía, sigue siendo un símbolo fundamental de la historia argentina y latinoamericana.
Dónde estamos
Cabo verde y la Merced,
Ensenada, Buenos Aires (1925)