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Raúl Scalabrini Ortiz: del joven lector al pensador nacional

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A comienzos del siglo XX, el joven Raúl Scalabrini Ortiz se acercaba a la literatura a través de autores como Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Tolstoi, Dostoievski y Gogol. Aquellas lecturas, que marcaron a toda una generación, fueron las puertas de entrada a un universo intelectual que lo acompañaría toda su vida.

Mientras cursaba sus estudios en la Universidad, primero en Ingeniería y luego en Agrimensura, combinaba su interés por la ciencia con una profunda inquietud cultural. Ese equilibrio entre la investigación rigurosa y la sensibilidad artística atravesaría toda su obra posterior. En 1920 formó parte de Insurrexit, un grupo de jóvenes de tendencia marxista que publicaba una revista de ensayos y literatura, inspirada en la Revolución Rusa y en los debates filosóficos y sociales del momento.

Aunque más tarde se distanciaría de la militancia política, aquella experiencia dejó una huella decisiva en su pensamiento: la idea de que lo económico constituye la base de toda estructura social. Desde entonces, su mirada sobre la historia y la sociedad argentina estaría atravesada por esa lectura materialista de los procesos.

Ya recibido de agrimensor, trabajó en la Dirección de Puertos y comenzó a publicar sus primeros textos literarios. En 1923 editó su libro de cuentos La manga, en un contexto cultural signado por la rivalidad entre los grupos de Florida y Boedo. Scalabrini Ortiz supo nutrirse de ambos mundos: del primero tomó el valor de la creación artística y la búsqueda de una cultura nacional; del segundo, la atención por lo popular, el barrio, el trabajo y la vida cotidiana.

Su paso por esos círculos literarios coincidió con un progresivo alejamiento de los sectores más acomodados de la sociedad porteña y una creciente curiosidad por las realidades del interior del país, a las que accedió a través de su profesión. En 1924 viajó a París, experiencia que marcaría un punto de inflexión: lo que para muchos era el destino consagratorio de la cultura, para él fue una decepción. Ese viaje le sirvió para valorar lo argentino y comprender que la vitalidad de un pueblo no se encontraba en la imitación de modelos europeos, sino en su propio desarrollo histórico y social.

De regreso en Buenos Aires, empezó a distanciarse de los nacionalismos oligárquicos y reaccionarios con los que había tenido contacto, sin sentirse todavía identificado con el radicalismo. En esos años escribió para diarios como La Nación y El Hogar, y en 1931 publicó El hombre que está solo y espera, obra clave de la literatura argentina. En ella se percibe el clima de angustia y crisis de los años veinte, pero también una búsqueda de sentido colectivo: el paso del individuo aislado a una conciencia social capaz de transformar la realidad.

Poco después, comenzó a investigar con profundidad los vínculos entre la economía argentina y el poder británico, especialmente a través de los ferrocarriles, los frigoríficos y el petróleo. Su trabajo lo llevó a cuestionar los pactos políticos y económicos de la década del treinta, como el Pacto Roca-Runciman, y a involucrarse cada vez más con los grupos radicales que resistían el golpe de 1930.

Participó en el levantamiento de Paso de los Libres de 1933 junto a Arturo Jauretche y otros militantes, fue encarcelado y luego debió exiliarse en Europa. Desde allí observó con claridad la mirada colonial que las potencias mantenían sobre América Latina, lo que consolidó su posición antiimperialista.

Al regresar al país, se integró definitivamente al movimiento de pensamiento y acción conocido como FORJA, junto a Jauretche, Homero Manzi y otros intelectuales y militantes. Desde ese espacio, Scalabrini Ortiz desarrolló algunas de las investigaciones más profundas sobre la dependencia económica argentina y se convirtió en una de las voces fundamentales del pensamiento nacional.

Te invitamos a escuchar la columna completa de la profe Mariel Zabiuk, en: