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Ricardo Carpani y la búsqueda de un arte nacional y popular

Carpani

La trayectoria de Ricardo Carpani permite recorrer un siglo de debates sobre identidad, cultura y soberanía en la Argentina. Su nombre aparece ligado a una concepción del arte inseparable de la política y de la necesidad de construir una expresión plástica que representara a las mayorías populares en un país marcado por tensiones entre lo propio y lo impuesto.

Carpani nació en 1930 en Tigre y pasó buena parte de su infancia en Capilla del Señor antes de que la familia se instalara en Buenos Aires. Sus primeros años combinaron una vida barrial, la formación escolar y un temprano contacto con el dibujo a través de familiares que, aunque no profesionales, se dedicaban a la pintura. Al ingresar a la adolescencia comenzó a participar de espacios de formación política influenciados por las ideas libertarias y el marxismo, especialmente en su vertiente trotskista, guiado por la figura del escritor catamarqueño Luis Franco.

La etapa universitaria fue breve. Iniciado en la carrera de Derecho, decidió abandonarla y viajar a París a comienzos de los años cincuenta. En la capital francesa se mantuvo durante varios meses trabajando como modelo en una academia de arte y relacionándose con artistas argentinos que circulaban por allí. Ese contacto con el ambiente artístico europeo lo marcó, pero no lo condujo a una imitación de las corrientes en boga sino a un descubrimiento más profundo de su propia sensibilidad.

A su regreso a Buenos Aires se incorporó al taller de Emilio Pettoruti y comenzó a desarrollar un lenguaje plástico propio, articulado con sus inquietudes políticas. Las primeras obras que presentó a mediados de los años cincuenta ya reflejaban ese interés por representar la vida del trabajador, la desocupación y las escenas cotidianas del mundo popular, utilizando recursos del cubismo y del expresionismo pero sin adherir a ellos de manera dogmática.

Su mirada estaba puesta especialmente en los muralistas latinoamericanos y en experiencias que buscaban expresar lo americano desde una perspectiva crítica. Le interesaba la obra de los pintores mexicanos y de artistas como Oswaldo Guayasamín o Portinari, quienes reflejaban en sus trabajos la identidad continental, las desigualdades sociales y los procesos de emancipación. También observaba la influencia de los grandes muralistas argentinos del período peronista, como Spilimbergo, Castagnino, Soldi o Berni, cuyas obras convivían en espacios públicos como las Galerías Pacífico.

En 1959, junto a Mario Mollari y Juan Manuel Sánchez, formó el grupo Espartaco, que concebía el arte como una herramienta de transformación social. El nombre evocaba la rebelión de los esclavos y sintetizaba su programa estético-político. El grupo impulsó una crítica a la dependencia cultural y a la reproducción de estilos europeos desligados de la realidad nacional, y propuso la construcción de un arte latinoamericano capaz de expresar la historia común del continente y sus luchas.

El manifiesto que difundieron en 1961 fue uno de los documentos más significativos del arte argentino del siglo XX. Allí señalaban la ausencia de una expresión plástica verdaderamente representativa del país, atribuida al predominio de sectores económicos y culturales ligados al capital extranjero y a una mentalidad extranjerizante que despreciaba lo popular. Cuestionaban tanto el plagio de modas europeas como ciertas versiones del realismo socialista, por considerar que quedaban atrapadas en una retórica desvinculada de la experiencia concreta del pueblo.

La propuesta de Espartaco reivindicaba un arte nacional y latinoamericano, no entendido como folclorismo sino como una búsqueda creativa capaz de reflejar las contradicciones, los problemas y las aspiraciones de las mayorías. Esa perspectiva atravesó toda la obra de Carpani, caracterizada por figuras de cuerpos robustos, gestos decididos y escenas que exaltaban la dignidad del trabajador. Sus murales y afiches circularon ampliamente en sindicatos, organizaciones políticas y movimientos sociales, porque concebía el arte como una herramienta al servicio de las luchas colectivas.

Carpani mantuvo esa coherencia estética e ideológica durante décadas, incluso en los momentos más duros de la vida política argentina. Su trabajo se consolidó como un puente entre las tradiciones del muralismo latinoamericano, las discusiones intelectuales de la izquierda nacional y las preocupaciones por la soberanía cultural que ocuparon a varias generaciones de artistas, escritores y pensadores.

La figura de Carpani permite releer esa trama de ideas que, a lo largo del siglo XX, intentó construir un camino propio para la cultura argentina; uno que valorara lo popular, lo continental y lo colectivo por encima de las miradas que subestimaban lo nacional o que dejaban la producción cultural librada a las imposiciones del mercado. Su obra sigue funcionando como un recordatorio de que la emancipación política, económica y cultural forma parte de un mismo proyecto, y que el arte puede ocupar un lugar central en esa búsqueda.

Te invitamos a escuchar la columna completa de la profe Mariel Zabiuk, en: