Aguda, sólida, bien escrita, la obra tuvo gran repercusión en Europa y América Latina, justo en el amanecer de la llamada: “Era de Oro del Capitalismo”: los gloriosos años 40, 50 y 60 del siglo pasado. Como todo buen liberal progresista, Mills estaba preocupado por los efectos uniformadores de la masificación de los sujetos libres, y por la ausencia de pensamiento crítico entre los intelectuales de su época. Siguiendo a Descartes, Locke, Kant, Marx y Weber, quería dar un lugar de privilegio a la mente humana, en el camino de su liberación de todo determinismo exógeno a ella: estatal, religioso o de clase. La Libertad era para él, sinónimo de Autonomía.
De éste modo, en las páginas de La Imaginación Sociológica, Mills afirmó que los seres humanos somos incapaces de decodificar, a través del sentido común, los vínculos estructurales entre fenómenos, subyacentes a eso que llamamos: la Realidad. Las Ciencias Sociales podían ayudarlos a construir interpretaciones adecuadas y relativamente seguras de sus esencias, permitiendo a la vez, la toma de conciencia sobre los problemas de la Comunidad; proyectando, al mismo tiempo, en acciones, los deseos de transformación y justicia. A esa capacidad para trascender de lo personal a lo social; a esa construcción cultural interpretativa del contexto, le llamó: Imaginación Sociológica; dándole a la misma, un rol en el imaginario colectivo, un perfil liberador en un mundo de mandatos fosilizados, rutinas e imposiciones del poder dominante.
Charles Wright Mills fue, entonces, uno de los profetas que anunciaron el surgimiento de “uniformidades mecánico sistémicas”, normalizadas por el aparato jurídico del Derecho Liberal y por el Mercado Capitalista, con su superproducción de bienes y consumo desenfrenado de los mismos. En síntesis, una Humanidad bombardeada por la propaganda y los discursos simplistas, los productos culturales masivos y las modas, Una realidad chata, opaca y brutal; sin genios ni mártires; sin héroes ni villanos; eterna repetición de costumbres y rutinas útiles, transformadas sólo por el progreso tecnológico y la rebelión en apariencia disruptiva, de individuos inmersos en el caleidoscopio efímero de banalidad y la abyección abúlicas.
Hay que reflexionar, pues, sobre éste problema que en las sociedades contemporáneas se ha reactualizado a partir de las nuevas formas de control ideológico desde arriba, por medio de las tecnologías de la comunicación. La Sociedad de Masas, dista mucho de aquella Comunidad de Sujetos Libres, soñada por el Liberalismo Clásico y la Ilustración. Por el contrario, es un universo de pluralidades atomísticas, en convivencia inestable y con ausencia de valores trascendentes. Una “Jaula Dorada”, como la que Max Weber describiera hace un siglo. Los individuos son entidades anómicas, desintegradas entre sí y con una manifiesta incapacidad para colocar sus intereses y deseos íntimos, en el marco general de la vida colectiva. Creen gozar de Autonomía, cuando son piezas en un mecanismo estructural que los supera y los somete, sin grandes costos ni resistencias.
Estamos en presencia, entonces, de una “Ficción de la Libertad”, que legitima el dominio de las conciencias, por medio de efluvios narcotizantes. Una especie de Nihilismo, que es al mismo tiempo, causa y efecto de una crisis civilizatoria. El ciudadano, ya no existe, ya que ha sido sustituido por el votante, que no es lo mismo. El primero podía defender sus Derechos Naturales, mediante una madurez cívica, que lo convertía en entidad autorregulada por la Ética Pública y por los valores por ella sustentados. El segundo opta – no elige – entre opciones ya dadas, delegando en otros, su propio destino.
La Alienación – otro concepto clásico – es en el texto de Mills, el desemboque de una falta de un sentido crítico evidente. La rebeldía ya no es un acto ético, rupturista y fundante; sino pura Estética de las buenas costumbres. En el contexto de la masificación, la Libertad es un valor aséptico, asociado a la idea de Mercado; una de esas peculiaridades con las que se construyó la sociedad burguesa entre el siglo XVI y el XIX. El votante no busca defender proyectos alternativos, sino manifestar – muchas veces con furia – una impotencia que no se anima a convertir en Rebelión. Sufre en soledad, esa especie de histeria inconducente, poco constructiva y abominablemente simplista.
En una palabra, la Modernidad – en sus fases más recientes – está destruyendo el Nosotros, base de todo proyecto de justicia. Los sujetos no dimensionan, en medio del caos informativo de una realidad líquida y fluyente, los enlaces entre sus deseos y los del poder dominante. El egocentrismo y el fetichismo consumista, son el único bálsamo que queda disponible para acallar las pulsiones reivindicativas, en un océano de despilfarro y banalidad. Y el odio, la mentira y la manipulación, dejan un escenario que, eventualmente, abre varios interrogantes sobre el futuro de la Democracia.
Autor: Silvano Pascuzzo en KOINÓN Pensamiento Político, Nacional y Popular.