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El estado del Estado

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El Gobierno de Javier Milei ha puesto sobre la mesa, de manera disruptiva, extrema, cruel y deshumanizante discusiones sustanciales que debieran abordarse con la complejidad y profundidad que ameritan tales debates.

​Varios de esos planteos, el peronismo, el progresismo, el campo nacional y popular o el movimiento nacional, como prefiera denominar el lector o lectora, relegó o equivocó en su problematización, descuidó o ninguneó en la gestión pública, o bien un mix de varias de estas posibilidades. La necesidad de una reforma tributaria, laboral, educativa, sanitaria, en seguridad, se manifiestan desde varios sectores más allá del tinte ideológico. En los últimos días, por ejemplo, el Rol del Estado, de sus trabajadoras y trabajadores, ha sido el eje de charlas y discusiones, noticias, crónicas y editoriales que atravesaron a nuestra sociedad.

​De un lado o del otro del campo ideológico, se esfuerzan en rescatar las bondades del Estado, o bien, lo siniestro, mafioso, de su mínima existencia, entrando como casi siempre en los últimos tiempos en reflexiones binarias, superficiales, antinómicas. Tanto ciudadanos de a pie como dirigentes (políticos, sindicales, sociales o empresariales) se posicionan de un lado o el otro de estos extremos, sin pareciera encontrar posibilidad alguna de racionalizar, encontrando lugares de encuentro, puntos de partida de una nueva instancia institucional.

​Quienes gobernaron en los últimos años claramente no han respondido, desde el Estado justamente, a las necesidades, ambiciones, sueños, o expectativas de un pueblo que terminó eligiendo por su propio verdugo. Responsabilidades diversas, responsabilidades al fin. De la cual no se exceptúa a la dirigencia que fue funcional a Milei con tal que no gane “x”.

​La pedagogía de la pregunta quizás sea una buena metodología para empezar a desandar el camino de definir en principio qué es el Estado y quiénes lo conforman. ¿Podríamos definir al Estado, de manera clásica, como una forma de organización social, conformada por una territorialidad, una institución gubernamental con su administración y sus sistemas (educativo, sanitario, laboral, etc), un gobierno y sumado a ello una idea o creencia colectiva? Podemos plantear a su vez que lo definido se encuentra en crisis, o al menos en redefinición.

El poder de los Estados se ve tensionado en los últimos años por procesos supranacionales de globalización y concentración económica, por la aparición de bloques regionales, como así también de actores internos, o minorías intensas de identidades profundas. Ante ello, quien nos educó o lo hace con nuestros hijos es parte del Estado, quienes nos atienden en un hospital son el Estado también, quien controla, acondiciona nuestras rutas también es parte del Estado, quienes conforman las fuerzas de seguridad son el Estado, quienes realizan nuestros trámites en ANSES, PAMI, son el Estado, quienes inscriben un nacimiento, o nos casan, son el Estado.  Se plantea por allí, que “el Estado somos todos”, hoy quizás con más animo de hacer cargo del ajuste justamente a todos y de esa manera decir que se ajusta al Estado.

Aproximados al concepto, y a quienes conforman al Estado, podemos preguntarnos sobre la necesidad o no del Estado: ¿Es posible pensar en una Nación sin Estado? ¿ Existe algún país que carezca de Estado? ¿Nos imaginamos a los griegos, romanos o más aquí a Estados Unidos o China sin Estado? ¿Quién podría bregar por nuestra integridad individual y colectiva, de manera humanitaria y justa sino es el Estado? ¿Quién ha generado los avances científicos, tecnológicos y de salubridad más importante del mundo, sino el Estado con su aporte, financiamiento o subvención, luego potenciado por el sector privado?

Con certeza de la necesidad de la existencia Estatal pensemos ahora qué tipo de Estado es necesario para una comunidad con desarrollo pleno y justo, donde todas y todos sus integrantes sean felices. ¿Es un Estado mínimo, que sólo monopolice el uso legítimo de la violencia física, y deje en manos del “mercado” el resto de nuestras vidas? El actual gobierno nos ilustra a diario sobre esta hipótesis. Se propone la no existencia de Estado, pero se generan cobro de impuestos cada vez más excesivos e injustos, ya que se cobra más a los que menos tienen; y ese dinero, como el recaudado en otros aspectos tributarios, no es devuelto a las provincias o municipios, ni en obra pública o servicios para la ciudadanía, sino que se fuga al exterior, se destina al pago de deuda externa, o al incremento del presupuesto para políticas represivas. El Estado se parece así, más a una monarquía absolutista que a una democracia republicana y federal.

¿En el otro extremo podemos imaginar la idea de un Estado totalitario? Los marxistas, por ejemplo, conciben el Estado fundamentalmente como un sistema represivo que a través de las fuerzas militares o policiales, la justicia, permiten garantizar la dominación de una clase social sobre otras. El aparato estatal represivo contiene las instituciones violentas que trabajan para mantener el poder de la clase dominante, incluídos “los medios de producción mental”, la construcción de sentido, para dar lo que hoy se denomina “batalla cultural”.

En nuestro país existió una experiencia particular, la del Estado benefactor, que evita caer en estos extremos, asignando a este un rol fundamental para resolver lastensiones entre los intereses individuales y lo colectivo, entre el capital y el trabajo; un Estado llamado a intervenir con la finalidad de alcanzar la justicia social y la felicidad del pueblo.

Para ello, se promueven políticas que posibiliten el acceso a condiciones de vida digna a través de la obra pública, la educación, la salud, el deporte y esparcimiento, el desarrollo de un mercado interno a través de la producción nacional, el fomento de la ciencia y la tecnología, y el cuidado del medio ambiente entre otros aspectos.

En el plano económico se generan políticas que “tiendan al pleno empleo; a vincular el salario con la productividad; preferir los gastos públicos en inversión sobre los de consumo corriente; “socializar” la inversión para asegurar la demanda efectiva y mantener el ciclo creciente; actuar anticíclicamente en el uso del gasto público (que debe aumentar en la recesión pero reducirse en el auge), a la vez de ser eficiente y productivo; contribuir al sostenimiento del valor de la moneda doméstica, para que cumpla con su función de reserva  de la “moneda social” creada institucionalmente; establecer claramente las fuentes de financiamiento del gasto público, que deben ser progresivas y en lo posible tener como base imponible los stocks de riqueza mantenidos improductivamente”, según plantea Ruben Lo Vuolo, lo que Daniel Santoro define como la democratización del goce.

¿Podremos preguntarnos cuántos de estos axiomas en los últimos años de gobiernos que aducían generar políticas de un estado benefactor se han llevado a la práctica de manera eficaz, con resultados concretos, institucionalizados, y de alcance nacional? ¿Cuánto de la política asistencialista se planteó como tensión con el pleno empleo? ¿Cuánto criterio anticíclico usamos en el gasto público? ¿Cuánto del empleo estatal fue en detrimento de una política más profunda de empleo privado? ¿Cuál fue la política de eficientismo y productividad en el empleo público? ¿Cómo se cualificó, y mejoraron las condiciones laborales de los empleados públicos? ¿Fueron totalmente acertadas nuestras políticas con respecto al déficit fiscal e inflación, o podremos replantear y mejorar en estos aspectos? ¿Podremos hacer esta última pregunta en otros ejes de las políticas de Estado como la obra pública, la salud, el medio ambiente, hábitat, educación, salud? En síntesis, ¿Podría el Estado generar más y mejores políticas públicas para nuestra población? ¿Qué deberíamos mejorar, cambiar, profundizar para lograr un estado más cercano?

Quizás habrá que preguntarse si también dentro de esta última corriente de pensamiento no hay matices o maneras diferentes de entender lo que es un Estado benefactor, miradas más socialdemócratas, más progresistas, o una profundamenteperonista. 

¿Hay coincidencia en estas miradas sobre si el Estado debe seguir funcionando en el siglo XXI, de la misma manera que décadas atrás? ¿Se han realizado procesos de modernización del Estado sin que ello sugiera un achicamiento del mismo? ¿Cuántos municipios, por ejemplo, han realizado un avance en este sentido? ¿Se han generado instancias verdaderas de debate sobre las empresas del Estado? ¿Requiere modificaciones o actualizaciones el marco de empleo público? ¿Cuál es la vinculación con las Cooperativas de Trabajo surgidas en las últimas décadas?

Lo cierto es que, como se planteaba anteriormente la sociedad votó, eligió y dio a entender su opinión al respecto. La mirada social sobre el Estado es negativa, se cree fuertemente en su ineficiencia, y que los empleados estatales no están capacitados, o disfrutan de beneficios que los privados no poseen. Claramente hay allí un punto de relación con el triunfo libertario. Pasamos de aplaudir a trabajadores esenciales durante la pandemia, a que nos resulte insignificante el despido de miles de trabajadores estatales. Algo está sucediendo socialmente. Una porción de la dirigencia, la más reaccionaria, conservadora, anarco capitalista, está actuando. 

Deberá tomar nota la dirigencia “nacional y popular” que bajo el puente del Estado Benefactor ha corrido mucha agua, en algunas ocasiones turbia, muchas veces revuelta, en slogans que poco tienen que ver con las políticas públicas llevadas adelante, en el uso de beneficios sectoriales o personales antes que colectivos, y esto tarde o temprano, se paga social, cultural, económica y electoralmente. Y pensar, desarrollar y proponer a la sociedad una alternativa seria, creíble y realizable.